domingo, 21 de diciembre de 2014

Cuestión de Actitud

Viernes a la noche, sentado en el balcón, ambos pies descalzos sobre la baranda, y viento norte que pega de frente. El cielo estrellado, cuaderno apoyado sobre el muslo, lapicera en mi mano izquierda y tiempo que perder, así estoy en este momento de bohemia, forzando a las palabras para dar forma a lo que, en otros días, se debatió dentro de un recóndito lugar en mi cabeza.

Unas ganas conjuntas de tirarme a dormir con la esperanza de que al despertar todo sea distinto a como es y más parecido a lo que esperaba que fuera. Y al mismo tiempo, ganas de pegarle una patada en el culo a ese pesimista que solo quería dormir y salir a buscar esa vuelta de tuerca que pueda cambiar mi suerte. Ganas de mandar a la mierda y demostrarle a quien mueva los hilos del destino que no me voy a conformar con poco, que aun sin piernas voy a seguir caminando que aun sin brazos la voy a seguir remando, y que no hay bajón que pueda superarse con una sonrisa en los labios y el apoyo de alguien que quiera vernos bien.


Pasan un par de horas y me digno a levantar el culo de la silla para dejar de lado la bohemia y juntarme con amigos para compartir risas, tragos y anécdotas. Y sin siquiera esperarlo, ese dilema planteado anteriormente ya no estaba, esa pared de incertidumbre había esfumado, enterrado o lo que fuere, pero ya no estaba ahí tapando el camino que tenía en frente. Y así de repente, ya no era yo solo con mi mente nublada por un futuro borroso, sino parte de una pluralidad de bromas e historias en un presente cálido y bajo una noche estrellada.

sábado, 1 de noviembre de 2014

Lo que el Viento se llevó

Hoy estoy casi finalizando otro día más, un lunes que se levanto muy lunes, y me hizo llegar a casa con un cansancio un poco mayor al usual, pero que me hizo prestarle atención a una particularidad climatológica de este inicio de semana: hubo vientos muy fuertes.

Viendo como este agitaba las hojas de los árboles de a ratos con violencia y en otros las acariciaba con una ternura maternal, me puse a pensar que nosotros mismos no somos muy distintos. De a momentos queriendo llevarnos el mundo por delante sin pensar siquiera hacia donde nos movemos o por donde vamos, y en otros calmados, tranquilos, para tomarnos un instante para respirar bien hondo y tomar algo de perspectiva sobre nosotros mismos.

También miré como el viento lleva y trae cosas, a veces tierra y nubes, pero en otras ocasiones puede traernos esa brisa embriagadora que nos anestesia en momentos sofocantes, y nos hace querer detenernos por completo unos segundos, cerrar los ojos y dejar que ese aire de calma nos inunde por completo los sentidos para darle un reinicio a nuestra cabeza y poder ver con mayor claridad hacia donde estamos yendo. Y de la misma forma en que el viento lleva y trae cosas según su intensidad y la dirección en que sople, a nosotros nos pasa algo similar cuando andamos a mil o diez por hora por la vida. Es más fácil ver el camino que transitamos vamos despacio, mirando hacia los costados para ver qué es lo que nos rodea. En cambio, no sería sorprendente si en el primer escenario traigamos junto a nosotros una que otra nube, que en cierto momento empiece a llover y frenemos, metamos punto muerto.

Me parece que vivimos demasiado acelerados y creo, que de vez en cuando, no estaría mal parar y dejar que el agua de alguna de esas nubes nos riegue alguna parte dentro nuestro, que quizás, necesite crecer.

sábado, 18 de octubre de 2014

Payasismo Autocrítico

Pienso que de todas las palabras que posiblemente pudieran definir mi personalidad, la conjunción de esas 2 es la que más sentido le da a mis actitudes y acciones en el día a día.

Elegí la palabra “Payasismo” (suponiendo que ésta exista) porque ante cualquier tipo de situación que me que pueda tocar vivir, siempre la voy a enfrentar con una sonrisa en los labios (otras escuelas del lenguaje saben llamarla “cara de pelotudo”) y haciendo chistes, normalmente malos, independientemente de lo buena o mala que dicha situación pueda ser. Tampoco quiere decir esto que si me llegan a rajar del laburo me voy a cagar de risa al respecto, pero, por otro lado “lo hecho, hecho está”, entonces ¿qué gano llorando, pataleando o arrancándome los pelos de la nariz con una tenaza caliente? Nada. Por tanto, es ahí cuando decido ponerle buena cara al mal tiempo y darle para adelante, recibiendo con una buena actitud lo que sea que el camino me depare, así sea un nuevo laburo o pisar caca de perro en la calle.

A pesar de ser una persona entendedora y de que lo he intentado, jamás voy a poder descifrar qué piensa la gente que anda todo el día con un culo dibujado en la cara. Lo puedo llegar a entender en el tétrico caso de que se estén cagando encima a mitad de camino entre el laburo y su casa, pero fuera de eso, si en teoría vivimos en una constante búsqueda de felicidad, ¿no sería mejor para la causa empezar por nosotros y desdibujar el ojete de nuestros rostros? Recomiendo que durante algunos días prueben esta pseudoterapia de proyectar aunque sea una tenue risa en sus caras, y solitos van a ver como de a poco los paisajes grises de siempre van agarrando algo de color.

Y por último, el otro atributo que me adjudico: la autocrítica. Esto es mucho más que un “pero qué pelotudo que soy” para nuestros adentros después de haber metido la pata, como si una autoputeada fuera suficiente para analizar, entender y aprender de la acción que derivó en el moco echado. Creo que este otro rasgo deriva de ser medio payaso, en el sentido de que es mucho más simple asumir las faltas que cometemos cuando tenemos la mente enfocada en caminar siempre hacia adelante, dejando atrás los errores, que tirándonos al piso con cara de orto para ponernos a buscar a algún culpable, siendo que quizás, podamos encontrarlo al mirarnos en un espejo.

lunes, 6 de octubre de 2014

Cuestión de Tropezar

¿Cuántas veces nos cagamos para hacer cosas, y después nos terminamos arrepintiendo de no haberlo hecho? ¿Cuántas veces nos hemos echado atrás en ir a hablarle a esa chica en el boliche o en la facu, por una inseguridad estúpida, para después terminar pensando que habría sido si le hubiéramos dicho algo?

Incontables son las veces que esto me ha ocurrido, suficientes como para darme cuenta que los alimentos principales de nuestra inseguridad son 2: la duda y el silencio.

La duda, aquella incertidumbre que nos hacer ver al rechazo como el peor de todos los males, confundiéndonos con el qué cómo cuándo y dónde, para dibujar un momento ideal que nunca va a llegar, y nos deja ciegos para ver que el “Qué” es aquello que nos llegue primero a la cabeza, el “Cómo” es aquella forma que nos venga más natural, y el “Cuándo y Dónde” son ahí mismo, en ese preciso lugar y momento.

La duda se disfraza de aquella situación perfecta que tanto añoramos, para dejar de lado aquel momento “real”. Que puede ser bueno o malo, nublado o soleado, pero real porque esta ahí en frente nuestro, para pagarle un boleo en el orto a ese “que hubiera sido si…” y convertirlo en una historia, una anécdota, en algo de lo que podamos aprender, o en algo que podamos disfrutar, pero siempre en todo caso, en algo real.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Una Dosis de Honestidad Brutal

“Mejor solo que mal acompañado” dicen muchos después de terminar una relación, normalmente corta, llena de ilusión al principio, y con demasiada fe depositada en un desconocido al que renegamos de reconocer como tal.

“Mejor solo…” empieza la frase, siendo que el principal motivo de su enunciación fue no haber podido estar acompañados por ese individuo que creíamos conocer como a nosotros mismos, y que ahora negamos bajo la falsa excusa de que “a la larga no habría resultado bien” o “habrá querido el destino que terminara”.

Y después de haber dicho, escuchando, y leído tantas veces lo mismo, me detuve a pensar por un momento: ¿Tanto nos cuesta pensar, que quizás, el motivo por el que ahora estamos solos no fue por una mano invisible que caprichosamente escribe nuestra historia, sino nosotros mismos? ¿Que nunca hubo un destino, sino una decisión de parar o seguir? ¿Por qué decimos que “mejor solo que mal acompañado” si justamente lo que queremos es no estar solos?

No soy ningún experto en relaciones amorosas, pero pienso: ¿Acaso no es esa incertidumbre de no saber hasta dónde somos capaces de llegar con otro, lo que nos motiva día a día para querer ser un “nosotros” y no un “yo”?

Personalmente, no creo que estemos mejor solos, y fundamento mi opinión en que jamás dejamos de buscar a alguien que haga que una historia que vio sus primeras páginas escritas en singular pueda ser narrada a dos voces, con puntos suspensivos como final.

lunes, 22 de septiembre de 2014

Y así empieza la cosa.

Acá estoy como ha estado tanta gente tratando de escribir, como si fuera la primera vez, esas cosas que te agarran durante el día en un momento impensado; una especie de indigestión emocional que te saca de foco de lo que sea que estés haciendo en ese momento, generándote una laguna de pensamiento pseudoreflexivo que en tu puta vida pensaste que ibas a tener. Una sensación que te incomoda por haberse hecho lucir cuando tu cabeza debería estar apuntada a trabajar, estudiar o darle bola a alguien que te está hablando, pero que al mismo tiempo enciende muy profundamente la curiosidad por explorarlo a fondo; un estado comúnmente llamado “inspiración”. Una inspiración a modo de autoconsulta sobre experiencias vividas o anheladas, dilemas que son o podrían ser de no haber sido de otro modo. Una inspiración que inevitablemente tenemos que abandonar en dicho momento bajo la promesa de retomarla en tiempo libre, sin saber a ciencia cierta, si ese estado volverá o no.

Llegado a casa y habiéndome tirado en la silla, juntamente con una brisa de viento fresco, algo en mi cabeza activó un recuerdo no muy lejano: la inspiración de esta tarde. Sin recordar las ideas que rodearon ese estado ni los debates internos que allí sucedieron, me pongo a tipear lo que creo explica esta frustración de querer y no poder plasmar con forma de texto una idea que en algún momento se dio unas vueltas por mi cabeza. La que ahora yace escondida por ahí esperando nuevamente un momento para despertarse, y en el cual espero, como quien mira una noche estrellada esperando una estrella fugaz, poder tomarla y cumplir el deseo de navegar sobre ella para descubrir algún nuevo horizonte dentro de mi.