sábado, 1 de noviembre de 2014

Lo que el Viento se llevó

Hoy estoy casi finalizando otro día más, un lunes que se levanto muy lunes, y me hizo llegar a casa con un cansancio un poco mayor al usual, pero que me hizo prestarle atención a una particularidad climatológica de este inicio de semana: hubo vientos muy fuertes.

Viendo como este agitaba las hojas de los árboles de a ratos con violencia y en otros las acariciaba con una ternura maternal, me puse a pensar que nosotros mismos no somos muy distintos. De a momentos queriendo llevarnos el mundo por delante sin pensar siquiera hacia donde nos movemos o por donde vamos, y en otros calmados, tranquilos, para tomarnos un instante para respirar bien hondo y tomar algo de perspectiva sobre nosotros mismos.

También miré como el viento lleva y trae cosas, a veces tierra y nubes, pero en otras ocasiones puede traernos esa brisa embriagadora que nos anestesia en momentos sofocantes, y nos hace querer detenernos por completo unos segundos, cerrar los ojos y dejar que ese aire de calma nos inunde por completo los sentidos para darle un reinicio a nuestra cabeza y poder ver con mayor claridad hacia donde estamos yendo. Y de la misma forma en que el viento lleva y trae cosas según su intensidad y la dirección en que sople, a nosotros nos pasa algo similar cuando andamos a mil o diez por hora por la vida. Es más fácil ver el camino que transitamos vamos despacio, mirando hacia los costados para ver qué es lo que nos rodea. En cambio, no sería sorprendente si en el primer escenario traigamos junto a nosotros una que otra nube, que en cierto momento empiece a llover y frenemos, metamos punto muerto.

Me parece que vivimos demasiado acelerados y creo, que de vez en cuando, no estaría mal parar y dejar que el agua de alguna de esas nubes nos riegue alguna parte dentro nuestro, que quizás, necesite crecer.