domingo, 1 de febrero de 2015

Empapado

La noche de anoche no fue como todas las demás, hubo una particularidad que la distinguió de entre tantas otras que he vivido. Después de pasar las últimas gotas de la tarde en partidos de tenis con amigos nos urgió una necesidad de volver lo más rápido posible a nuestras moradas con tan solo ver el panorama que las nubes dibujaban antes de que, en algunos minutos, el sol terminara su turno en este lado del mundo. El viento estaba anormalmente acelerado, como si fuera él, el que situara estratégicamente a las nubes para desatar una tormenta justo encima de nuestras cabezas. Y justo en mi frenesí para llegar lo más rápido posible a mi departamento la tormenta decidió no esperarme y empezó a llover con una violencia que el viento se encargó de fomentar.

Lo que hizo que esa noche no fuera igual a las demás, no fue la fuerte tempestad que me envolvió en ese momento ni mucho menos haberme empapado, sino que en el preciso instante en que fui víctima de las primeras gotas de lluvia esa urgencia que tenia para refugiarme en mi casa se borro de forma instantánea. Como si se hubiera tratado de una mancha que esas 2 primeras gotas de lluvia se encargaron de limpiar.

Esas 2 gotas me hicieron meter un freno, transmitiéndome una calma adrenalínica digna de una final del mundo de ajedrez. Una quietud exhaustiva junto con una bomba atómica de pensamientos y movimientos que se van pisando unos a otros casi al mismo momento de llegar al suelo y empezar a desarrollarse en mi cabeza.

Y así, pasados esos 4 o 5 segundos donde todo sucedió, decidí caminar hacia mi casa. Casi hecho uno con la tempestad que, paradójicamente, me lleno de calma.