lunes, 12 de septiembre de 2016

Viento en Contra

A veces cuando camino hacia algún lugar y siento al viento chocarse contra mí me pregunto cuál será el motor que lo impulsa hacia cualquier parte. De a tiempos calmado, y en otros colérico, suelo frenarme en el instante en que la primer ráfaga se estrella contra mi cara dejando mi mente en blanco por unas milésimas de segundo y que al volver en mi me hace preguntarme por qué iba hacia donde iba, o por qué llevaba en mi cabeza cosas que un abrir y cerrar de ojos ya olvidé.

Pensamientos que se desvanecen en ese pestañeo y que quedan detrás de una puerta giratoria en nuestra mente que una intempestiva ráfaga hizo girar para luego quedar en punto muerto y volver a soplar al instante en que recobramos la consciencia de que nos dirigíamos hacia algún lado pensando en algo ahora totalmente irrelevante.

Una brisa que me llevó a concluir que quizás los lugares a los que queremos ir no son los mismos en los que necesitamos estar. Y que tal vez, solo tal vez, no sea un vendaval de viento en contra un pesar que nos dificulte llegar a los destinos que queremos arribar, sino una señal que nos guie hacia algún oasis que por centrar la vista hacia adelante no vimos, o por la inercia de no parar dejamos atrás. Un rumbo paradisíaco dentro nuestro para observar, vivir, y descansar.

martes, 7 de junio de 2016

Remembranzas

Entre tantas cosas que he dicho y escuchado en mi vida creo que entre las más comunes están “tiempos dorados”. Siempre encerrando una nostalgia nacida de la comparación entre el tiempo presente y uno (sino varios) pasado, supuesto mejor que el primero. Entonces, de un chispazo de esos que nuestra mente suele darnos cuando se nos detiene el mundo durante unos instantes en que vemos algo más allá de la significancia obvia de esas 2 palabras, pensé que jamás dije ni oí a nadie decir que su “tiempo dorado” es hoy.

Y así, en el absurdo frenesí de razonamientos que una idea tan trivial puede llegar a darnos, intenté llegar a alguna conclusión que me dijera por qué es que esas 2 palabras solo se evocan en referencia al pasado, y la respuesta apareció ante mí como magia en la punta de mis dedos en el preciso momento en que tipeo estas líneas. Porque simplemente no tiene sentido vivir nuestro mejor momento pensando en si será o no el mejor de nuestras vidas, puesto que por el solo hecho de vivirlo y disfrutarlo al máximo nuestro optimismo innato y subconsciente nos dice que quizá haya otro mejor, pero sin detenernos mientras la ola que nos llevó a la cúspide de aquel tiempo nos arrastraba.

Y paradójicamente, me parece hasta irónico que el elemento que inicia en nosotros ese mecanismo de evocar aquel lapso de plenitud sea nada más y nada menos que la melancolía. Esa que, al pararnos a dar un respiro ante alguna adversidad, nos trae algo que nos es imposible traer de vuelta. Pero que, de la misma manera en que necesitamos caer para aprender a levantarnos, o llorar para sanar una herida, la necesitamos para apalancarnos hacia adelante, y poder abrir esa ventana que sin darnos cuenta cerramos. Y arriesgarnos a dejar que sople de nuevo ese viento que, si bien alguna vez pudo traer una tormenta, en otro tiempo supo traer aquella vivencia dorada.

sábado, 14 de mayo de 2016

Uno de esos días

Eran ya las 6 de la tarde cuando Alejandro se encontraba tomando un café durante su horario de descanso en el trabajo. La jornada hasta ese momento no había sido agotadora, como otras veces en las que ni siquiera podía tomarse esos 10 minutos para asentar un poco la cabeza, sino más bien tranquila, al punto de no sentir ninguna urgencia para llegar a la hora en que sus obligaciones diarias terminaran y poder emprender el viaje de vuelta para poder relajarse en la comodidad de su hogar.

Había sido un día frio, y ya a tan temprana hora se podía ver como el sol se iba escondiendo para dar paso a una de las frías y largas noches que en épocas otoño-invernales tienen lugar. Y fue ahí cuando sus oídos captaron el sonido que él creía no tener más significado. Y a si mismo, sus labios formaron involuntariamente una tenue sonrisa seguida por un destello en su memoria, como si en un cine se encontrara y fueran esos mismos recuerdos, que aquella gota de agua le evocaban, la película del día.

El resueno de aquel sonido hizo soplar fuerte viento dentro suyo que por un instante lo llevó hacia páginas de su historia ya escrita por el mismo. Páginas de un capítulo de momentos muy atesorados por él que el ya consideraba cerrado, junto a aquel deseo que aquella infame estrella, que cruzó sus caminos, se negó a cumplir.

Y de esa manera, la calma que había protagonizado su día se desvaneció para dar lugar a ansiedad de volver a hablarle, preguntarle cómo había estado y poder imaginar nuevamente su sonrisa ante aquellos comentarios que le hacía con ese solo fin. Pero luego recordó que hace varias horas había sido él quien desafió la indiferencia que entre ellos había para darle un saludo en un día tan especial para ella. Y aun así, el rogo que hubiera algo más en su contestación, algún indicio de reciprocidad en la nostalgia que en ese momento lo abrazaba.


Y así, como si las horas pasaran tan rápido como los segundos, llegó al final de su día con la determinación de que si bien aquellas remembranzas jamás abandonarán su corazón, tampoco sucumbiría a ellas. Dejando solamente la opción de seguir viviendo, hasta asimilarla como un desencuentro más o que el capricho de alguna lejana y piadosa estrella los junte una vez más.