jueves, 20 de agosto de 2015

Aquella Mirada

Eran las 06:50 AM cuando sonó la primera alarma del despertador de Alejandro. El sabía que todavía no era tiempo de levantarse, pero que debía irse preparando para hacerlo. Luego de tomar una taza de café y anotar en un papel algunos mandados para más luego, partió para el trabajo, y fue durante su regreso cuando la vio.

Una mirada perdida ente una multitud que por alguna especie de magnetismo no podía dejar de ver, y que a medida que se acercaba a él lo cautivaba cada vez más. No fue hasta que estuvo a un par de metros suyo que la nube de individuos que obstruía su visión se disipó, para que aquellos ojos pasaran a ser un rostro, y que en el instante en que estos se cruzaron con los suyos, Alejandro fuera testigo de la sonrisa más hermosa que jamás hubiera visto. Dejándolo hipnotizado durante esos instantes hasta que aquel ser volvió a perderse en la multitud para seguir su rumbo.

No era la primera vez que Alejandro sentía esa inquietud recorriendo todo su cuerpo, pero si la más intensa. Y fue entonces cuando tomó el cuaderno en que había escrito esos mandados, ya enterrados en su olvido, y con lapicera en mano comenzó a trazar lo que el impulso del momento le dictaba. El prometía, sin ningún dejo de engaño, a cada palabra que escribía que algún día llegarían a la destinataria que las concibió en la mente de quien las plasmaba en ese momento en una hoja de papel. Esa promesa era un pacto con un ser paralelo a él, que tomaba ideas de un cajón cerrado con llave en su interior para que las soplara dentro suyo con el viento de la inspiración que buscan los grandes artistas para definir su obra maestra.

El no buscaba la fama o gloria de un reconocimiento por parte de personas ajenas a su existencia, ni alfombras rojas que lo recibieran a donde vaya. Lo único que deseaba era hacerle llegar, a aquel ángel que le regaló su sonrisa, el tributo que desde el fondo de su corazón le escribía. A esa sonrisa que fue capaz de convertir la gris monotonía de su día en una eterna primavera de calidez y consuelo. A esa musa que jamás volvería a ver, pero cuya mirada jamás podría olvidar.


martes, 18 de agosto de 2015

Un Descuelgue

Muchas veces me sorprendo con la facilidad con que pasamos de un estado de total reposo y sedentarismo a querer llevarnos el mundo por delante en un solo instante. Esa milésima de segundo en que vemos, sentimos u oímos algo que activa una reacción en nuestro interior sacudiendo nuestro cuerpo como si de un movimiento sísmico se tratara.

Más de una vez me vi transitando, carente de apuros por llegar a ningún lado, preso de la calma de quien observa minuciosa y detenidamente un paisaje antes de continuar su rumbo. Y así como si nada, frenarme ante el destello de alguna mirada y sentir esa agitación instalándose rápidamente dentro de mí, para romper el balance de calma que hasta que ese momento me gobernaba.

Fue un movimiento catastrófico que descolgó de mi mente todo lo que hacía que aquella fuera una noche más. Un desenfreno verborrágico nacido en esos pocos segundos en que esos ojos se cruzaron con los míos, y a su vez, inhabilitado para la indiferencia que uno busca de esas cosas que no lo dejan dormir o calmarse, hasta tanto no descargar ese aluvión de sensaciones en una forma más tangible que un impulso incontenible de querer dar tributo a tan bella musa inspiradora.