miércoles, 24 de septiembre de 2014

Una Dosis de Honestidad Brutal

“Mejor solo que mal acompañado” dicen muchos después de terminar una relación, normalmente corta, llena de ilusión al principio, y con demasiada fe depositada en un desconocido al que renegamos de reconocer como tal.

“Mejor solo…” empieza la frase, siendo que el principal motivo de su enunciación fue no haber podido estar acompañados por ese individuo que creíamos conocer como a nosotros mismos, y que ahora negamos bajo la falsa excusa de que “a la larga no habría resultado bien” o “habrá querido el destino que terminara”.

Y después de haber dicho, escuchando, y leído tantas veces lo mismo, me detuve a pensar por un momento: ¿Tanto nos cuesta pensar, que quizás, el motivo por el que ahora estamos solos no fue por una mano invisible que caprichosamente escribe nuestra historia, sino nosotros mismos? ¿Que nunca hubo un destino, sino una decisión de parar o seguir? ¿Por qué decimos que “mejor solo que mal acompañado” si justamente lo que queremos es no estar solos?

No soy ningún experto en relaciones amorosas, pero pienso: ¿Acaso no es esa incertidumbre de no saber hasta dónde somos capaces de llegar con otro, lo que nos motiva día a día para querer ser un “nosotros” y no un “yo”?

Personalmente, no creo que estemos mejor solos, y fundamento mi opinión en que jamás dejamos de buscar a alguien que haga que una historia que vio sus primeras páginas escritas en singular pueda ser narrada a dos voces, con puntos suspensivos como final.

lunes, 22 de septiembre de 2014

Y así empieza la cosa.

Acá estoy como ha estado tanta gente tratando de escribir, como si fuera la primera vez, esas cosas que te agarran durante el día en un momento impensado; una especie de indigestión emocional que te saca de foco de lo que sea que estés haciendo en ese momento, generándote una laguna de pensamiento pseudoreflexivo que en tu puta vida pensaste que ibas a tener. Una sensación que te incomoda por haberse hecho lucir cuando tu cabeza debería estar apuntada a trabajar, estudiar o darle bola a alguien que te está hablando, pero que al mismo tiempo enciende muy profundamente la curiosidad por explorarlo a fondo; un estado comúnmente llamado “inspiración”. Una inspiración a modo de autoconsulta sobre experiencias vividas o anheladas, dilemas que son o podrían ser de no haber sido de otro modo. Una inspiración que inevitablemente tenemos que abandonar en dicho momento bajo la promesa de retomarla en tiempo libre, sin saber a ciencia cierta, si ese estado volverá o no.

Llegado a casa y habiéndome tirado en la silla, juntamente con una brisa de viento fresco, algo en mi cabeza activó un recuerdo no muy lejano: la inspiración de esta tarde. Sin recordar las ideas que rodearon ese estado ni los debates internos que allí sucedieron, me pongo a tipear lo que creo explica esta frustración de querer y no poder plasmar con forma de texto una idea que en algún momento se dio unas vueltas por mi cabeza. La que ahora yace escondida por ahí esperando nuevamente un momento para despertarse, y en el cual espero, como quien mira una noche estrellada esperando una estrella fugaz, poder tomarla y cumplir el deseo de navegar sobre ella para descubrir algún nuevo horizonte dentro de mi.