Eran ya las 6 de la tarde cuando Alejandro se encontraba
tomando un café durante su horario de descanso en el trabajo. La jornada hasta
ese momento no había sido agotadora, como otras veces en las que ni siquiera
podía tomarse esos 10 minutos para asentar un poco la cabeza, sino más bien
tranquila, al punto de no sentir ninguna urgencia para llegar a la hora en que
sus obligaciones diarias terminaran y poder emprender el viaje de vuelta para
poder relajarse en la comodidad de su hogar.
Había sido un día frio, y ya a tan temprana hora se podía
ver como el sol se iba escondiendo para dar paso a una de las frías y largas
noches que en épocas otoño-invernales tienen lugar. Y fue ahí cuando sus oídos
captaron el sonido que él creía no tener más significado. Y a si mismo, sus
labios formaron involuntariamente una tenue sonrisa seguida por un destello en
su memoria, como si en un cine se encontrara y fueran esos mismos recuerdos,
que aquella gota de agua le evocaban, la película del día.
El resueno de aquel sonido hizo soplar fuerte viento dentro
suyo que por un instante lo llevó hacia páginas de su historia ya escrita por
el mismo. Páginas de un capítulo de momentos muy atesorados por él que el ya
consideraba cerrado, junto a aquel deseo que aquella infame estrella, que cruzó
sus caminos, se negó a cumplir.
Y de esa manera, la calma que había protagonizado su día se
desvaneció para dar lugar a ansiedad de volver a hablarle, preguntarle cómo
había estado y poder imaginar nuevamente su sonrisa ante aquellos comentarios
que le hacía con ese solo fin. Pero luego recordó que hace varias horas había
sido él quien desafió la indiferencia que entre ellos había para darle un
saludo en un día tan especial para ella. Y aun así, el rogo que hubiera algo
más en su contestación, algún indicio de reciprocidad en la nostalgia que en
ese momento lo abrazaba.
Y así, como si las horas pasaran tan rápido como los
segundos, llegó al final de su día con la determinación de que si bien aquellas
remembranzas jamás abandonarán su corazón, tampoco sucumbiría a ellas. Dejando
solamente la opción de seguir viviendo, hasta asimilarla como un desencuentro
más o que el capricho de alguna lejana y piadosa estrella los junte una vez
más.